Los ministros del Interior y de Educación son representantes de dos escuelas opuestas dentro del Ejecutivo, sostiene Gonzalo Zegarra, director de SE. Lejos del artificio, Jaime Saavedra evidencia un compromiso con la educación a largo plazo.

Imagen: internet
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El contraste más comentado en la última CADE fue el de las exposiciones del general colombiano Óscar Naranjo -quien para algunos resultaba “demasiado filósofo” o “demasiado intelectual”, olvidando que así y todo ¡resolvió el problema!- y el ministro del Interior peruano, Daniel Urresti, que esta revista en su versión online calificó como un stand up comedy. Augusto Álvarez Rodrich en su columna de La República incidió más bien en el contraste entre Urresti y Alonso Segura, titular del MEF. Pero a mí me sorprende que no haya acaparado más atención el contraste entre las exposiciones de Urresti y Jaime Saavedra, el ministro de Educación cuya intervención fue de lejos la más celebrada del encuentro en Paracas.

Lo increíble es que ambas exposiciones obtuvieron respuesta aprobatoria. Más la de Saavedra, desde luego (y felizmente), pero quedó claro que sin ser mayoría tampoco son pocos los ejecutivos y empresarios que aprobaron el estilo de Urresti. Porque hablar de algo más que estilo -de visión o estrategia, digamos- en su caso sería una falacia. El ministro narró el detalle de sus más exitosos operativos, y con ello demostró que lo suyo son las operaciones. Es, pues, un agente operativo. “Perro de presa” lo llamó un importante ejecutivo minero en reunión privada. Pero la mera operatividad no tiene eficacia alguna en el largo plazo si carece de propósito u objetivo trascendente que la haga sostenible.

En cambio, todo eso fue lo que sí demostró tener Jaime Saavedra en la cartera de Educación. Tanto que León Trahtemberg propuso en su columna de Correo la semana pasada que los candidatos al 2016 ofrezcan desde ahora mantenerlo a cargo de ese ministerio el próximo gobierno. Lo suyo fue una visión sólida expuesta con efectividad comunicacional –conectó emocionalmente con la audiencia–, y eso explica los aplausos que cosechó. Pero mucho más importante que la ocasional aprobación empresarial es el hecho de que por primera vez en mucho tiempo –¿desde el presidente José Pardo y Barreda quizás?– se percibe en el Perú el inicio de una apuesta por mejorar estructuralmente la formación integral de las generaciones próximas. Más allá del lugar común que atribuye a la falta de educación ser la causa última de todos los problemas, lo cierto es que un país que toma en serio la educación es uno que se está ocupando –y no sólo preocupando– de su futuro. Y con eso automáticamente empieza a tener uno (un futuro, quiero decir).

Así, pues, Saavedra es a la educación peruana lo que Naranjo a la seguridad colombiana. O sea, para disgusto de los empresarios pragmáticos, un filósofo, el articulador de una visión. Es el tren rápido de la publicidad de CADE, lo que simboliza la aspiración a un Perú del primer mundo. El gran problema es que con una seguridad ciudadana que sigue en la época de las carretas –o de las combis y los micros destartalados, para seguir con la publicidad de CADE–, esa apuesta de largo plazo tiene mucho menos chance de efectivizarse, porque para estar competitivamente educados los peruanos del futuro primero tienen que estar vivos e indemnes. Tienen que no tener miedo a salir a la calle. No en vano la seguridad es el primer servicio para el que se constituye un Estado, muy anterior incluso a la educación.

(Semana Económica)

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