Perfil. Es agente del Instituto Nacional Penitenciario (Inpe), pero su afán de mejora profesional la llevó por los caminos de la educación y hoy es directora del Centro Técnico Productor (Cetpro) del Penal de Mujeres de Chorrillos, lugar en el que les brinda una luz de esperanza a las internas que buscan una segunda oportunidad en la vida.

Foto: El Peruano
Foto: El Peruano

Una vez oyó que un grupo de internas ofendía en quechua a una agente penitenciaria. Las llamó y preguntó por qué la insultaban. Sonrojadas no supieron qué responder. Catalina de la Torre Sucñier, como es apurimeña, tiene como lengua materna el idioma inca aunque hablarlo le cuesta. No estaría dirigiendo el Centro Técnico Productor del antiguo penal Santa Mónica si la ambición por superarse profesionalmente no hubiera sido el norte de su vida, así como la paciencia y amor por su trabajo.

Hoy cumple la función de dirigir esa área educativa del instituto penitenciario, con el mayor orden y planificación, porque su objetivo es ofrecerle a las internas una buena educación técnica en asistencia de cocina, manualidades, confección textil, tejido a máquina hasta informática, para que después de tres meses de formación en cada una, obtengan su certificado a Nombre de la Nación.

“De esta manera pueden integrarse rápidamente al mercado laboral. Igualmente, gracias a convenios suscritos con escuelas cercanas al penal, y por medio de la educación básica alternativa, pueden recibir educación primaria y secundaria, si no culminaron sus estudios”, comenta esta funcionaria de nombre inmaculado.

En estos momentos, cuenta satisfecha, ya tiene inscritas 70 mujeres para que culminen sus estudios primarios. Podrían ser más, dice, pero a veces es difícil convencerlas porque les avergüenza no saber leer ni escribir, o porque prefieren trabajar en la tarde porque no tienen apoyo de sus familias.

Catalina ingresó a este servicio de justicia en los años del terrorismo y la hiperinflación, cuando la institución ofrecía estudios que les permitiría obtener grados académicos y hasta jefaturas, inclusive los años de formación se sumarían a los de servicio. Nada de eso se cumplió. Igual se quedó. Ganaron sus deseos de ayudar a las féminas privadas de la libertad.

Amor sin barreras

“Soy personal de carrera y roté por varios penales. Estuve en Virgen de Fátima y en Castro Castro como parte del equipo de educadores. Como agente, mi primer trabajo lo realicé en una casa de semilibertad en Surquillo. Ya no existe. Entonces, tenía miedo de relacionarme con las internas”, recuerda. De su paso por el penal de máxima seguridad, cuenta que aprendió a ponerle límite a los internos que se tomaban confianzas, y hasta redactaban cartas de amor. “Siempre les aclaré con respeto que era una servidora pública que cumplía funciones”.

Catalina es una grande. Confiesa que al Inpe le dio su tiempo, tolerancia y sabiduría que le permitió enseñarles a sus alumnas ser solidarias y emprendedoras. Mientras que la institución le dio oportunidades de desarrollo profesional. “Me encanta mi trabajo, relacionarme con seres humanos, personas a las que les enseño que sean gente de bien, que si le fallaron a la sociedad una vez, eso no les debe impedir salir adelante”.

Hoja de vida

Ingresé al Centro de Estudios Criminológicos y Penitenciarios (CENECP) en 1986. Entonces la carrera se estudiaba tres años.

En 1989 empecé a trabajar en el Inpe como agente penitenciario.

Soy licenciada en Educación Primaria de la Universidad Faustino Sánchez Carrión, en Huacho (2000).

Obtuve una maestría en Administración de la Educación de la Universidad César Vallejo (2014).

(Escribe: Susana Mendoza Sheen)

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