Es una joven servidora pública y la primera mujer que asumió el cargo de supervisora de inspectores de Tránsito de la Municipalidad de Miraflores. Con 23 años dirige un equipo de personas que tiene el mandato de asegurar que las pistas del distrito más ordenado de la capital se encuentren libres de congestión vehicular y malos choferes.

testimonioDon Wilfredo, emprendedor carpintero, le enseñó a la niña de sus ojos a ser honesta en la vida y a expresar sus ideas con libertad. Condiciones que le bastaron a Elizabeth Abramonte Vega para sortear la suerte y aceptar ser inspectora municipal de tránsito, porque una decisión personal alteró el orden de sus sueños.

Tenía 18 años cuando aceptó ser parte del grupo operativo de sanciones para el transporte público en Miraflores, y aplicar multas a conductores, mujeres u hombres, que por ejemplo no respetaran las zonas consideradas rígidas en el distrito, recuerda.

Hoy, un lustro después, tiene a su cargo un equipo de 50 fiscalizadores de tránsito, la mayoría con más edad que ella, al cual supervisa para que apoye a la policía o dirija el tránsito para agilizar el tránsito de la ciudad.

“Mi tarea es vigilar que el puesto que se les asigna a los inspectores se encuentre limpio de carros, que fluyan, sobre todo en los puntos críticos como el puente 28 de Julio, Ricardo Palma o el Óvalo de Miraflores”, comenta.

Su firmeza de carácter, su afán porque se cumplan las normas de tránsito porque no están de adorno. El cumplimiento fiel de sus funciones motivó a sus superiores que ascendieran a esta joven servidora pública.

Para Elizabeth no es fácil dirigir, sobre todo a personas mayores que ya tienen sus ideas y les cuesta adaptarse a los cambios, pero en estos años aprendió a escuchar y autocapacitarse permanentemente porque ser cordial e informada son los argumentos necesarios para saber aplicar una sanción.

Ilusión policial

Elizabeth es la única hija mujer de don Wilfredo y doña Justa, pues trajeron a este mundo tres varones más. Pero por alguna razón, ella, y no sus hermanos, sintió atracción por el orden. Quizá fueron los primos de su padre los que inquietaron sus emociones infantiles. Esos enormes hombres que llegaban a la casa familiar uniformados, inspirando respeto, eran policías que contaban sus hazañas al auditorio variopinto de la familia.

Sentía protección y seguro que ese sentimiento se transfirió porque después creció para brindar protección. Y en la escuela fue brigadier, luego policía escolar y fue aplicada y disciplinada en sus años de estudios secundarios.

“Siempre entendí que había que respetar las reglas”, sostiene.

No fue policía porque eligió ser mamá joven. Una decisión que la alejó de su sueño, pero que la acercó a un sentimiento que ella desconocía: el amor que una mujer siente por el ser que tuvo dentro de ella y trajo al mundo nueve meses después.

Labor municipal

Y así como tomó esa decisión, todos los días asume determinaciones para frenar las malas prácticas de los mayores. Hombres, y también mujeres, que no quieren respetar el reglamento, que nos les interesa estacionarse frente a la cochera de una casa o sobre líneas amarillas que indican que es zona rígida.

A Elizabeth lo que más le gusta es dirigir el tránsito, orientar a un grupo de personas para que cumplan con su servicio y sea bien recibido por todos. “Me interesa que la gente respete nuestro trabajo, acepte nuestra orientación; que conozca que apoyamos a la policía en el tránsito y que nos esforzamos por lograr un distrito con vías descongestionadas”. Y es cierto, el orden empieza en casa.

“En el Estado estamos obligados a tratar bien a las personas, porque si no lo hacemos, creerán que damos un mal servicio”.

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