Acaba de ser ascendido a suboficial brigadier por acción distinguida. El 15 de agosto del 2014 evitó que un grupo de maleantes robara una tienda comercial. El costo: una licencia obligada desde esa fecha por el impacto de unas balas que afectaron su pierna derecha. Integra el escuadrón de emergencia Sur II y lo único que desea es retomar sus actividades de rescate y alto riesgo.

Foto: El Peruano
Foto: El Peruano

Ingresó a la Policía Nacional del Perú hace 24 años y 5 meses contra la voluntad de su padre y la complicidad de su madre. Juan Miguel Esquerre Mendoza tuvo desde niño un sentimiento natural de amor a la patria y vocación de servicio que volcó en su trabajo de policía antisubersiva en los primeros años como suboficial de la institución policial, y luego como parte de un escuadrón contra la delincuencia al sur de la capital.

Desde hace un año tiene licencia médica. El 15 de agosto del año pasado se enfrentó a un grupo de delincuentes que robaba una tienda de artefactos domésticos ubicada justo frente al restaurante al que daba seguridad en su día de franco. Sin medir riesgos, los enfrentó.

“La calle tenía poca luz y no me di cuenta de que dos de ellos estaban de campana. Nos enfrentamos, desgraciadamente una bala rebotó en mi pierna. Caí. Uno indicó que me quitaran el arma y me dieran un tiro. Saqué fuerzas, y disparé al aire varias veces, y luego al cuerpo de los ladrones. No robaron y huyeron.”

Juan Miguel tiene cara de buena gente como si no “matara ni una mosca”, pero cuando la situación lo amerita es “bien drástico”, y afirma que si debe enfrentarse contra el enemigo como lo hizo ese día, no lo piensa dos veces. Su motivación es combatir a la delincuencia y luchar contra las injusticias criminales.

Templanza de carácter

Lo formaron en la lucha antiterrorista durante la década de 1990. Le enseñaron a desconfiar, a no creer ni en su sombra, a ganarle la iniciativa al enemigo, a moverse con sigilo en los Andes del país. Recuerda que tenía 19 años cuando lo mandaron a él y a su promoción a reabrir el puesto policial de Almarate, Lucanas (Ayacucho).

Se activa su memoria, y el relato va sumando escenas como olitas que buscan la orilla. “Llegué como a un pueblo fantasma”, dice, y poco a poco levantaron el local. Hasta que un día llegó un camión. El chofer aceptó ayudarlos a llevar un material para la obra. Fueron 20 jóvenes los que se auparon al vehículo ese día.

La mala maniobra del chofer volcó el camión hacia uno de los precipicios que bordeaban el camino. De esa experiencia, comenta, le quedó la templanza. Una sobriedad para gobernar la adrenalina que caracterizó su trabajo desde entonces. Lo destacaron a diversos puestos policiales de los lugares más alejados de Ayacucho y Huancavelica, fueron años aciagos.

Honesto y franco

Luego sería destacado al Escuadrón de Emergencia Sur II, en que mostró sus habilidades para desarticular bandas criminales, por ejemplo. Se considera una persona honesta y sincera, las cosas las dice de frente por más duras y dolorosas que sean.

Pero le cuesta hablar de su retorno, tiene miedo de no volver a cumplir con las acciones que tenía a cargo. “Tengo todas las ganas y deseos de regresar a esa unidad tan bonita y sacrificada; pero temo no quedar bien al ciento por ciento.”

“Mi vida cambió. Algunos compañeros me decían que más vale un cobarde vivo que un valiente muerto. Pero yo me siento bien, frustré un asalto, puse en riesgo mi vida y me siento orgulloso de eso”. Es un policía a prueba de balas.

Escribe: Susana Mendoza Sheen

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