Es director ejecutivo de Agro Rural y miembro del directorio de Agroideas. Tiene 33 años, y es un joven funcionario de carrera desde el 2005. Hoy maneja el presupuesto más grande del Ministerio de Agricultura y Riego, mediante el programa Mi Riego, para que las familias rurales aseguren el riego de sus tierras, mejoren su productividad y se liberen del círculo de la pobreza.

000024806MUn poder superior pensó para él el protagonismo de una experiencia noble. Tal vez por eso, en vez de inscribirlo como Joel Augusto en su partida de su nacimiento, su padre decidió hacerlo como Marco Antonio Vinelli Ruiz, y no como había quedado con la madre. Desde entonces las conquistas que ha logrado no han sido para servir a un imperio, sino a una población rural abandonada en el Perú durante años.

Servidor público de carrera, Marco Antonio empezó sus pinitos laborales como practicante en lo que fue el Inrena (Instituto Nacional de Recursos Naturales) el 2005. Bastante agua pasó bajo el puente, y hoy es director de Agro Rural, una instancia del Ministerio de Agricultura y Riego (Minagri) que ha cambiado la vida a más de 3 millones de familias rurales.

En los últimos años su misión ha sido la de transformar sus condiciones de vida, sobre todo de las que habitan la sierra del Perú más allá de los 1,000 m.s.n.m mediante la creación de represas, canales o reservorios que les ha asegurado el riego de sus tierras, para que prescindan de las lluvias tan escasas a causa del cambio climático, y hoy cosechen hasta tres veces al año.

“Para que los pequeños productores andinos cierren ese círculo de pobreza que caracterizó sus vidas, además de infraestructura desarrollamos otras líneas de acción como acceso a mercados, manejo de recursos naturales y cambio climático, e inclusive de guano de la isla. El 80% que recolectamos es para ellos, por ejemplo”, comentó.

Marco Antonio es pilas, no solo por su juventud, tiene 33 años, sino por la pasión que le pone a lo que hace sin perder la razón. Porque, aunque no parezca, el soldado Marco Antonio tiene paciencia. Y la necesita, dirige un equipo de más de 1,000 personas que se extienden en las 19 direcciones zonales a su cargo.

“Viajo constantemente para saber cómo va nuestro trabajo con los pequeños agricultores, pero delego responsabilidades, hago seguimiento, no soy un jefe controlador, acompaño el proceso. Nosotros trabajamos para estos pequeños emprendedores y estamos a su lado lo máximo que podemos. Nuestros esfuerzos son para ellos”.

Paciente carrera

La práctica de la pesca con su hermano mayor, a orillas de la ciudad amazónica de Puerto Maldonado, donde nació, templaron su carácter, por eso aprendió a ser paciente para lograr sus metas. La impulsividad no gobernó su adolescencia, sino la reflexión. El amor al deporte, también. Fue el mejor pelotero del colegio Hipólito Unanue, la escuela pública que lo vio crecer.

 

Dejó su tierra de colores cálidos para internarse en la Lima con cielo panza de burro, pues el horizonte en Madre de Dios era corto. No había universidad, recuerda. Viajó a Lima para ser profesional eso quería. Y si no fuera por la advertencia de su padre de regresarlo para trabajar en el campo, si salía jalado, Marco Antonio tal vez hubiera retornado al cobijo familiar, porque desprenderse de él no fue fácil el primer año. Pero lo logró.

Honestidad civil

Lo vivido le enseñó, más de una década después, porque uno nunca deja de aprender, sostiene, que el Estado debe acompañar el crecimiento de los ciudadanos, que debe diseñar políticas para atender sus necesidades básicas, que en su caso debe estar al lado del proceso de transformación de los agricultores.

“El servidor público tiene que ser honesto, no puede ‘mecer’ a la gente, que ya está cansada. La población cree en nuestra palabra, tiene esperanza y no podemos decepcionarla”. Nadie ama ni respeta lo que no conoce.

Hoja de vida

Fui formado como economista en la UNMSM (2001-2005).

Tengo un MBA de CENTRUM-Católica (2012-2013).

Actualmente estoy estudiando una maestría en Finanzas en ESAN, que concluyo este año.

“Servir a la gente significa ser honesto; el funcionario público tiene que entender que sus necesidades son infinitas”.

Escribe: Susana Mendoza Sheen

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