Dr. Manuel Villoría Mendieta(*)

Algunos intelectuales distinguidos, todavía en círculos privados, han comenzado a criticar la deriva “profesional” de nuestra clase política. La consolidación de la profesión de “político” molesta a más de uno, pues ven en ello la confirmación de la famosa ley de hierro de las oligarquías partidistas, por virtud de la cual los partidos son siempre gobernados por una minoría que se dedica en cuerpo y alma al control interno y al acaparamiento de cargos y privilegios, con el objetivo de vivir de ello todo el tiempo que se les permita, o al menos mientras no lleguen otros más despiadados que les expulsen del paraíso. La lucha por mantenerse en el cargo es terrible precisamente porque quienes llegan al mismo lo hacen tras dedicarse exclusivamente a buscarlo, con lo que, una vez perdido, no tienen competencias que el mercado demande, pasando de la noche a la mañana de ser poderosos e influyentes a ser candidatos al paro o al subempleo permanente.

Si se deja a los partidos sometidos al darwinismo social, es cierto que los políticos que sobrevivirán serán, sobre todo, aquellos que menos posibilidades tienen de vivir fuera de ese entorno ecológico naturalmente escaso. Aquellos que tienen una profesión, que son profesores, funcionarios, médicos, sometidos a la lucha en cada rincón de la vida política, en cada instante de su actividad, tenderán al final a dejar el espacio vital a los que son capaces de todo porque no tienen nada fuera, a los que “morirían” fuera del partido, en la intemperie de la vida laboral ordinaria.

Otros, sin embargo, consideran que los buenos políticos son aquellos que son capaces de sobrevivir en esa lucha permanente, los que tienen esa vocación que les lleva a dejarlo todo por la pasión por el poder. Además, esos políticos, advierten, se van formando en los diversos puestos que ocupan, van teniendo visión transversal, de forma que, cuando llegan a puestos superiores, ya tienen una formación básica tomada de los puestos iniciales. Frente a ellos, los profesionales relevantes que llegan a la política carecen de habilidades de negociación, muchas veces de visión y, casi siempre, de capacidad de aguante y humillación para soportar los embates de la vida política.

Los primeros, los críticos de la profesionalización política, ven con buenos ojos la ampliación de la carrera funcionarial hasta puestos de director general y de subsecretario, dejando para los políticos puros muy pocos puestos en el gobierno, pues de esa forma se dará continuidad y estabilidad a las políticas y se reducirá el pastel a repartir, disminuyendo con ello el número de aventureros de la política. Los segundos, por el contrario, creen que la acción de gobierno es sobre todo política y que se necesitan políticos con visión, fuerza y pasión ocupando la cúpula administrativa hasta los niveles puramente funcionariales, con lo que estos profesionales de la política serían quienes deberían ocupar los altos cargos del Estado y salir y entrar en ellos en función de las dinámicas partidistas y electorales.

Personalmente, creo que los niveles de director general deberían ocuparse por una función directiva profesional, sometida a evaluación rigurosa y altamente competente. Pero también es cierto que algunas personas han podido dedicarse plenamente a la política desde muy jóvenes y adquirir en sus puestos de diputados, altos cargos o en los gabinetes ministeriales una formación elevada y un conocimiento de la elaboración de políticas digno de ser utilizado. Para esas personas, los partidos deben tener espacios relevantes en sus fundaciones, en sus think tank; espacios que les permitan seguir colaborando en el análisis y la formulación de políticas para los programas electorales de sus partidos. Pero no creo que el Estado deba generar puestos innecesarios para darles cabida, una vez que caen o durante el tiempo en que no disfrutan del aprecio del “príncipe”.

(*) Doctor en Ciencias Políticas y Sociología. Profesor de la Universidad Rey Juan Carlos (España) y Director del Departamento de Gobierno, Docente del programa de Maestrías de Alta Dirección Pública de la Escuela de Postgrado de la Universidad Continental.
 

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