Escribe: Emma Barrios Ipenza (*)

A Una vez más, la reciente celebración del Día Internacional de las Poblaciones Indígenas puso en escena el asunto de la cobertura educativa, considerando la diversidad de condiciones geográficas, culturales, laborales, etarias, de género y familiares –entre otras diferencias– en las que viven los ciudadanos de nuestro país y las consecuencias de su real acceso al derecho a la educación.

En el Perú, si el destino hizo que uno naciera como parte de la población indígena, la probabilidad de ingresar a la educación superior sería de 45%. Y si uno no perteneciera a una comunidad indígena, pero creciera en la zona rural, entonces la desventaja sería mayor, pues solo el 31% de peruanos de este segmento accede a ese servicio educativo.

La legítima preocupación por la calidad educativa muchas veces ha conducido a falsos dilemas. La diversidad cultural reflejada en las 47 lenguas (o más, según la fuente) que se hablan en el país es un ejemplo de lo compleja que es nuestra realidad, por lo que el acceso al derecho a la educación superior requiere múltiples alternativas.

Afortunadamente, hoy, un criterio de calidad educativa es la inclusión, indicador cada vez más presente en las mediciones internacionales. Como muestran los estudios del Banco Mundial, por primera vez la población más pobre está accediendo cada vez más a la educación superior en diversas partes de América Latina.

Como consecuencia, este logro ha colocado en el escenario a un “nuevo alumno”, aquel que es el primero de su familia que alcanza la educación superior, el primero de su generación que se enfrenta al entorno social, cognitivo, emocional y cultural propio de la vida universitaria, por lo que no necesariamente cuenta con el soporte ni la experiencia para desenvolverse en ese ámbito. Una evidencia de ello es que necesita trabajar mientras estudia –o para estudiar– y que, probablemente, tenga desventajas de nivel educativo en comparación con colegas que proceden de las poblaciones de mayores ingresos (Haimovich, 2017).

Esta nueva realidad ha derivado hacia un cambio de paradigma de “atención a la diversidad”. En consecuencia, lleva a desarrollar servicios de apoyo al estudiante en aspectos económicos, psicológicos, emocionales, pedagógicos, académicos, modelos educativos flexibles y personalizados, obligando a llevar a la práctica todo el arsenal que el conocimiento psicopedagógico nos ha ofrecido desde hace medio siglo, reconociendo diferentes ritmos y formas de aprender.

Una de las soluciones que mejor han respondido a la nueva realidad es la educación a distancia o educación online, la cual genera una dinámica sinérgica de implementaciones y mejoras de modelos educativos que ya no solo brindan una buena y mejor oportunidad de formación, sino que también retroalimentan la experiencia educativa, pues una educación abierta y flexible no requiere diferenciarse por modalidad.

(*) Directora de la Modalidad Semipresencial Universidad Continental.

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