Por: Félix Méndez Urbina (*)

En nuestros estudios de arquitectura, para quienes fuimos formados para esta profesión, se dan algunos iconos didácticos desarrollados por nuestros maestros en clase, que formaran luego no solo parte del léxico arquitectónico, si no también emblema guía para nuestra práctica de diseño ante los encargos planteados.

El primero que quiero referir es el concepto de “Cabaña primitiva”, evocación básica que define a la arquitectura como la configuración habitable inicial en la historia de la humanidad, para entender que el espacio de vivienda de los primeros habitantes se hizo ante un árbol, juntando troncos en rededor y cubiertas de pieles de animales, donde los clanes familiares no solo pernoctaban cada noche, sino que celebraban la gestación del fuego y la recolección de alimentos productos de la caza o la agricultura. Pudimos imaginar en ese espacio la creación de, expresiones humanas vitales y transparentes entre los integrantes del grupo humano que la habitaban; como el alimento, el descanso, la procreación, y una serie de lazos que entrelazaban alrededor de las primeras familias bajo techo. La cabaña primitiva sirvió para definir el concepto de arquitectura como tal, y también para representarla como prototipo físico que se adapta al clima y a la geografía, dando visos del primer tratamiento bioclimático de la historia; luego de lo cual se llegaría a la casa de techos inclinados, para pasar luego a la vivienda unifamiliar y consiguientemente a la residencia con todas sus variadas expresiones en la historia de la arquitectura.

Hablar de la cabaña primitiva era entonces la concreción del espacio vital de los seres humanos para satisfacer gran parte de los tres primeros pisos de la pirámide de Maslow: necesidades fisiológicas, necesidades de seguridad y necesidades de afiliación. La zonificación de la vivienda fue desarrollada entonces al pie de tales hechos. Y ese chip quedó en nuestro cerebro creativo para siempre.

El segundo icono didáctico que quiero recordar es el de “Máquina para habitar”, expresión que inquietó a la clase académica de la arquitectura, y fue aludida por el maestro Le Corbusier en los años 20 del siglo pasado, en su emblemático manifiesto “Hacia una Arquitectura”(1923). El famoso maestro suizo-francés no solo fue una autoridad de la arquitectura al ser considerado el padre de la arquitectura moderna, sino que fue encumbrado luego por tal concepto. En plena época de la era industrial, el gran maestro asoció la industrialización con la casa. Su propuesta era contextual y honesta. No se podía concebir al recinto habitable solo como un arte o una obra estética; era imprescindible asociar a la casa habitable como una pequeña industria productiva acorde a la vida moderna de entonces. Propuso impregnar de utilidad funcional eficiente a los espacios interiores; los muros, ventanas y puertas debían seguir las practicas normativas de la estandarización industrial a fin de optimizar costos y recursos. Una habitación debería generar algo más que descanso o comedor, tenía que pensarse como una máquina : la productividad y la eficiencia de uso serían expresiones de esa maquina para habitar. Este icono llevó a repensar la zonificación de espacios en la vivienda, impregnando funcionalidad razonada al habitat con un pragmatismo cierto, y a la vez, relacionados con la vida moderna y las evidencias de la nueva ciudad, donde la densidad habitacional y la irrupción del concepto de vivienda mínima y los conjuntos habitacionales ya se expresaba como complemento de la filosofía le corbusiana.

La máquina para habitar fue la estocada a la artesanía y el manierismo, y el inicio a la  funcionalidad racional de los espacios arquitectónicos en la vivienda. Todo debía ser útil, “la forma sigue a la función” (Louis Sullivan, la acuñó en base a expresiones anteriores) y la productividad tendría que impregnarse a todas las zonas de la casa.

Hoy vivimos la conmoción mundial del COVID -19 y su consecuente cuarentena; hecho que nos ha virado la dirección hacia el núcleo de nuestros espacios de vivienda para protegernos de la pandemia.

No necesitamos más que mirarnos a nosotros mismos para reconocer que el “quedarnos en casa” nos ha puesto frente a los nuestros o a nuestro espacio habitable del cual se han evidenciado “redescubrimientos” de actividades básicas de convivencia que habíamos olvidado, por correr en el día a día con dirección al centro laboral o de actividad urbana. Más de un padre de familia, estudiante, empleado, o dueño de casa, ha sido sorprendido con situaciones, hechos o aspectos de la vivienda, que El había desligado de sus preocupaciones. Es allí donde se ha reiniciado la recuperación de responsabilidades primarias, lazos de afecto, relaciones familiares y muchas comunicaciones interrumpidas por el actual estilo de vida contemporánea. Llega una nueva hora de darnos cuenta de que la casa no solo es para pernoctar. Podríamos referir muchas evidencias, pero es momento de recordar la enseñanza de la cabaña primitiva.

No somos pocos los que hemos vuelto a la celebración del fuego vital de la casa y a la satisfacción de las necesidades primordiales de vida, comunicación y pertenencia con los nuestros o nuestra familia. Es la cabaña primitiva que retorna para configurar nuevamente de valores fundamentales los espacios físicos de nuestra residencia.

Simultáneamente; la detención laboral y el corte de las líneas de la cadena productiva y de servicios han acelerado lo que la tecnología avizoraba hace tiempo: el teletrabajo, el e-learning y la conexión remota; obligando a acomodar de manera diferente los muebles de nuestra sala, los estudios familiares y nuestros espacios personales en habitaciones alineadas a la cuarta revolución.  La laptop, la PC o la Tablet se sincronizan con cámaras, wi fi y muchos recursos y herramientas del “machine learning”. Es decir, la productividad de la nueva industria. Es la nueva maquina para habitar de Le Corbusier que se impregna en el rediseño de nuestra casa.

Una nueva versión de la casa para habitar, productivamente contextualizada a las necesidades laborales o de creación, gestando desarrollo, investigación y resultados técnico – profesional, desde nuestros espacios de convivencia personal. Hemos llegado a una nueva versión de la casa sistemática de la nueva industria. Le Corbusier vuelve a estar vigente con el concepto que el embutió sin imaginar que renacería luego de 100 años, en nueva versión. Es también un momento para lamentar un aspecto mal encaminado de la “industria de la construcción” y el “boom inmobiliario” heredada del consumismo a ultranza que nos ha dejado viviendas tan funcionales que exageraron con darnos casi menos de lo necesario en dimensión de espacios. Y en esas condiciones la nueva máquina tiene que “lidiar para habitar”

Ambos prototipos parecen hoy converger en nuestra cuarentena, alguno de ellos con mayor o menor grado. Lo ideal será sopesar una armonía entre ambos conceptos que sostengan la dignidad de la casa que nos acoge todo este tiempo del refugio temporal. Será quizás una nueva cara del “bio climatismo” que deberemos recrear.

Para repensar no solo la arquitectura, sino también la vida misma.

(+) Félix Méndez Urbina. Jefe de Infraestructura y Obras de la Universidad Continental

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