Por: Dr. Jesús Ruíz-Huerta (*)

Hace 235 años, Adam Simth publicaba la gran obra de su vida a la que había dedicado un gran esfuerzo y muchos años, y que titularía “Una Investigación sobre la Naturaleza y las Causas de la Riqueza de las Naciones”. El premio Nobel A. Sen decía que se trataba del libro más grande jamás escrito. El libro, que se acabaría convirtiendo en el referente básico de la Ciencia Económica, contenía un conjunto de reflexiones sobre el crecimiento económico, los procesos de acumulación que lo hacían posible, o los instrumentos que empleaban los diversos países para conseguir incrementar su capacidad productiva en ese proceso.

Hay que recordar que Adam Smith era un filósofo moral, preocupado por los principios y los valores. Su otro gran libro titulado “La teoría de los Sentimientos Morales”, cuestionaba la visión negativa del egoísmo de los hombres planteada por Hobbes, proponiendo a cambio el concepto de empatía o simpatía, es decir, la necesidad de ponerse en el lugar del otro para juzgar sus acciones. Smith planteaba el crecimiento económico como un camino de progreso y desarrollo de la humanidad a partir del estudio de la sociedad de aquella época, y de la experiencia obtenida en sus viajes por Europa como preceptor del Duque de Buccleuch

Más de 30 años después, David Ricardo, el otro gran escritor de la Escuela Clásica de Economía, quien ha sido calificado como el primer economista profesional, al haber comenzado su actividad laboral en la Bolsa de Londres en 1786 con apenas 14 años, en una carta a T.R. Malthus, decía, “…ustedes se han preocupado de estudiar las causas del crecimiento económico, pero a mí me interesa más analizar las razones que explican el reparto de los frutos del crecimiento entre quienes contribuyen a su formación”.

Así pues, hace más de dos siglos que los economistas vienen trabajando sobre el crecimiento y la distribución, dos de los elementos que dan título a esta lección. Desde entonces, una enorme cantidad de trabajos han intentado explicar, desde una perspectiva científica, porqué unos países crecen más que otros, cuáles son las razones de las diferencias, porqué la economía se mueve a impulsos cíclicos o qué motivos pueden explicar las desigualdades entre los factores económicos y entre las personas.

Aunque la Economía ha aportado importantes hallazgos y mejoras a la humanidad, sus esfuerzos de abstracción y objetividad en su búsqueda de convalidación como la más destacada de las Ciencias Sociales, se han visto condicionados por los valores, la ideología, los prejuicios de los individuos y los grupos humanos, lo que, con demasiada frecuencia, ha limitado el valor de sus análisis y su capacidad para resolver los problemas de la sociedad.

Al fin y al cabo, la Economía no deja de ser una ciencia, cuyo objeto de análisis son las personas, con todos sus atributos, sus pasiones y sus condicionantes. Por eso es tan limitada su capacidad de predicción; por eso es tan difícil, a pesar de la riqueza y la sofisticación de sus métodos de análisis y de la extraordinaria incorporación del aparato analítico y matemático, prever una crisis económica como la que ha afectado al mundo, con desigual intensidad entre regiones y países desde 2007, buscar las soluciones adecuadas para volver a una senda de crecimiento estable, o resolver los problemas de la desigualdad o de la pobreza de una importante parte de la humanidad. No creo que la Economía deba calificarse como la "ciencia lúgubre” según expresión de Carlyle, político del siglo XIX, pero sin duda hoy no sería exagerado hablar de la ciencia económica como de una “ciencia perpleja”.

En realidad, no hay soluciones simples para resolver los problemas complejos a los que nos enfrentamos en un mundo cada vez más global e interdependiente. La globalización es un rasgo característico de nuestro tiempo. El novelista mexicano Carlos Fuentes, en un magnífico ensayo, titulado “En esto creo”, se refería a la globalización con gran lucidez en los siguientes términos: “La globalización, como el dios latino Jano, tiene dos caras. La buena cara es la del avance técnico y científico más veloz de toda la historia. El libre comercio, postulado de la libertad económica desde los días del “zoelverein” prusiano que preparó la unificación de Alemania. Las inversiones foráneas productivas. La accesibilidad y difusión de la información que deja desnudos a muchos emperadores que antes se cobijaban con las hojas de parra de las selvas asiáticas, africanas y latinoamericanas. La universalización del concepto de los derechos humanos y el carácter imprescriptible de los crímenes contra la humanidad”.

“Pero Jano tiene otra cara menos atractiva. La velocidad misma del desarrollo tecnológico deja atrás, quizás para siempre, a los países incapaces de mantener el paso. El libre comercio acentúa las ventajas de las grandes corporaciones competitivas y arrumba a la pequeña y mediana industria sin la cual los niveles de empleo, salarios y bienestar de las mayorías sufren y restan soporte al desarrollo del tercer mundo. En consecuencia, la globalización acentúa la división entre ricos y pobres, internacionalmente y dentro de cada nación… Las inversiones especulativas priman sobre las productivas…Las crisis de la globalización, por este motivo, no son crisis de las empresas ni de la información ni de la tecnología; son crisis del sistema financiero internacional, provocadas por la ruptura de los controles sociales de la economía y la disminución del poder político frente al poder cresohedónico” (del dinero y del placer). (p.100 y 101).

Las reflexiones de Fuentes, publicadas en el año 2002 tienen algo de premonitorio, tal vez con mayor capacidad de predecir el futuro que la de muchos economistas. La crisis que ha afectado al mundo en los últimos años, a pesar de su diferente incidencia, tiene un origen muy vinculado al poder de los mercados y a la paralela pérdida de poder de los estados. Desde mi punto de vista, la crisis que vivimos tiene un cierto componente de crisis sistémica, en el sentido de que los fundamentos sobre los que se asientan nuestros sistemas de organización social y nuestros modelos de crecimiento económico no dan los resultados que deseamos.

Hay que recordar que la organización económica de nuestro mundo está basada en la economía de mercado, la propiedad privada y la competencia entre empresas, territorios o personas, y eso significa que los poderes públicos, con frecuencia ven limitadas sus atribuciones a las tareas de regulación de los mercados, a controlar las violaciones de las reglas, a sancionar dichas violaciones y, acaso, a hacerse cargo de las tareas que no asume la economía privada, pero que son imprescindibles para que todo funcione bien.

Los resultados de un modelo dejado a las supuestas decisiones individuales de los agentes en los mercados están a la vista: junto al intenso crecimiento económico y el enriquecimiento de algunos grupos y países, el deterioro ambiental, la desigualdad, la falta de perspectivas para los jóvenes, el individualismo y la pérdida de valores morales. Solo en un marco como el descrito pueden entenderse las reacciones y movilizaciones a las que asistimos en nuestros días, en el norte de África, en Europa, especialmente en España, o en el continente americano. Detrás de esas reivindicaciones, a mi juicio, hay una gran decepción, no solo con el sistema democrático cuanto, tal vez en mayor medida, con los sistemas de organización social y económica que provocan graves injusticias y que no ofrecen muchas perspectivas para una gran parte de la población, especialmente para los jóvenes.

Seguramente es necesario pensar en alternativas coherentes y viables, aunque haya que reconocer, como adelantaba, la gran complejidad del mundo en el que vivimos y la dificultad de romper con las reglas básicas de articulación social. Tal vez las vías más razonables pasen por diagnosticar adecuadamente los problemas e ir buscando soluciones coherentes con un esquema básico de principios asumidos por todos. Veamos primero, una serie de consideraciones generales, a efectos de intentar ofrecer un diagnóstico de la situación actual. Desde mi punto de vista, a pesar de la intensidad de los cambios, del crecimiento económico registrado en muchos países, de las revoluciones tecnológicas a las que asistimos cada día, persisten graves problemas y dificultades en el mundo global:

• Problemas relacionados con el crecimiento diferencial entre regiones del mundo y problemas relacionados con la volatilidad del crecimiento: Asistimos al enorme crecimiento de los llamados países emergentes, especialmente en Asia (China e India), con su extraordinario poder de arrastre a otras zonas del mundo. Ello está implicando un progresivo cambio del poder económico desde los países occidentales y Japón hacia otras partes del mundo.

• El efecto arrastre está beneficiando a diversas áreas y de forma singular a América del Sur y a los países productores de las “commodities” demandadas por los países emergentes, aunque con limitadas garantías de mantenimiento en el tiempo.

• Persisten serias dificultades en Europa, en Estado Unidos y en Japón, con tasas de crecimiento muy bajas y dificultades de mantenimiento de sus estándares de bienestar. Especialmente ocurre en Europa, donde un experimento social de enorme trascendencia, como es el proceso de integración europeo y la moneda única vive un período de incertidumbre y grave crisis.

• En otras muchas áreas del mundo, totalmente marginadas, el crecimiento no ha existido, o ha beneficiado solo a unos pocos, mientras la mayoría empeoraba sus condiciones y su calidad de vida. En términos netos, según señalan los organismos internacionales, aumenta el hambre y el número total de pobres ha crecido en estos años, rompiendo la tendencia anterior. Más recientemente, la situación de “hambruna” certificada recientemente por la ONU en algunas regiones de Somalia, después de muchos años en los que no se reconocían este tipo de situaciones, nos informa de la gravedad de algunos problemas que persisten en el mundo bien avanzado el siglo XXI. En definitiva, la exclusión social, la marginación, la falta de perspectivas para grandes grupos de población siguen siendo exponentes del fracaso de las teorías convencionales del crecimiento económico.

• Se mantienen, o crecen, los problemas de desigualdad en todos los niveles, especialmente en América Latina. Según los datos del último Informe de CEPAL: “La hora de la Igualdad: Brechas por cerrar, caminos por abrir”, AL es la región más desigual del mundo, por encima de África y del Sudeste asiático, con un índice de Gini superior a 0,50, como expresión de la desigualdad frente al dato medio europeo de 0,30. Los problemas del mercado de trabajo o los altos índices de informalidad siguen siendo la norma en muchos países y, entre otros, subsisten además serios problemas de desigualdad de género aún en todo el mundo y también en la región, así como, con frecuencia, de falta de respeto y protección a las diferencias y a las minorías.

Ante este panorama, ¿Qué se puede hacer?

En primer lugar, a mi juicio, aclarar los conceptos e intentar consensuar el marco de principios y criterios que deben enmarcar una estrategia razonable que, estimulando el crecimiento, permita combatir la desigualdad. Algunos de esos principios y criterios son los siguientes.

1. El crecimiento es importante, pero siempre que implique el aumento del bienestar de todos o de la mayoría de la población. Las teorías más clásicas (y rancias) que defienden estimular el crecimiento del producto por sí mismo, porque eso genera beneficios para todos no es creíble. No es así. Hay abundante experiencia en la región latinoamericana para confirmar que el crecimiento no ha sido en beneficio de todos y que una buena parte de la población ha sido sistemáticamente excluida de los frutos del mismo. Nosotros hemos comprobado empíricamente cómo el crecimiento “tiene apellidos”: O beneficia a todos o concentra sus efectos en algunos sectores sociales, con frecuencia los más fuertes.

2. Es necesario combatir la desigualdad y la pobreza, pero no hay que confundir ambos objetivos, porque no significan lo mismo ni se resuelven conjuntamente cuando uno de ellos mejora. La pobreza implica que hay sectores excluidos y marginados en nuestras sociedades que deben ser incorporados a la vida social. La desigualdad, pone de manifiesto la separación drástica de la ciudadanía en dos partes. Esa segmentación, cuando se convierte en un muro infranqueable, hace inviable el funcionamiento de la sociedad.

3. El respeto y reconocimiento de las instituciones son factores esenciales como mecanismos de articulación y vertebración social. Me refiero a las leyes y las normas que organizan la convivencia, pero también a los organismos públicos que presiden el funcionamiento del Estado o la sociedad civil. El Estado democrático, que ha de ser objeto de continua revisión y perfeccionamiento en sus reglas de representación, debe ser fuerte y respetado por todos. Como también decía Carlos Fuentes, “..declarado obsoleto, el Estado resultaba bien vigente para rescatar a bancos privados, a financieros fraudulentos y a industrias bélicas mimadas… Sin embargo, hoy nos damos cuenta de que no hay democracias estables sin Estados fuertes.”

4. Debe encontrarse una adecuada integración de lo público y lo privado que no se centre en el aprovechamiento del interés particular o en la corrupción. Permítanme que vuelva a acudir una vez más al escritor mexicano: “Se requiere de sectores públicos y privados conscientes de sus respectivas responsabilidades, así como de sociedades civiles activas: la iniciativa privada necesita un Estado fuerte, no grande sino fuerte gracias a su base tributaria y su política social en beneficio de un sector privado que requiere, a su vez, de una población trabajadora, educada, saludable, con capacidad de consumo”.. aunque el consumo no sea el objetivo esencial o único para satisfacer las necesidades de los individuos.

5. Y se necesita también una política y unos políticos con capacidad para ordenar la vida social, respetados por los ciudadanos y capaces de garantizar un marco democrático auténtico, protector efectivo de los derechos políticos y culturales de la población, concebida no como una suma de habitantes sino como una organización articulada de ciudadanos. La política debe anteponerse a los mercados, y la imprescindible competitividad de nuestras empresas y países no debe basarse solo en la selección de los mejores y la marginación de los menos capaces, sino en estimular y favorecer el mérito y la capacidad, junto a la promoción de un conjunto de valores positivos, como la formación y la consolidación de la fuerza de trabajo, la preservación del medioambiente y la calidad de vida y complementarse con criterios de cooperación en la escena nacional e internacional.

Y para conseguir alcanzar esos principios y objetivos sociales hacen falta, a mi juicio, una serie de medios e instrumentos:

a) En primer lugar, recursos económicos para conseguir el estado fuerte que mencionaba. Todos deben participar en la cobertura y financiación de los servicios públicos. Ése es el sentido del principio clásico de Generalidad en el pago de los tributos. Solo así se completa el sentido profundo de ciudadanía y se puede exigir responsabilidades a gobernantes y funcionarios. Junto a la gran desigualdad, América Latina se caracteriza por sus bajos niveles de presión fiscal (18% respecto al 39% en Europa, según datos de la CEPAL. En Perú, apenas el 15%) y sistemas fiscales centrados en la imposición indirecta que, al concentrarse en el consumo y resultar opaca para la población no son la mejor solución ni desde postulados de eficiencia ni desde criterios de igualdad..

b) El contrapunto es un gasto público adecuadamente gestionado en beneficio de los ciudadanos. Los servicios básicos deben tender a ser universales (con posibles correcciones y ajustes), transparentes en su gestión y de calidad. No se pueden exigir tributos si el gasto no responde a esos criterios. Solo con gastos de calidad financiados con tributos generales se puede combatir el problema de la segmentación social al que antes me refería y que ahora podría expresarse en los siguientes términos: Una parte (normalmente pequeña y con muchos recursos) de la población paga impuestos y no utiliza los servicios públicos, mientras que la otra (mucho más numerosa y empobrecida) no paga tributos y disfruta de servicios públicos (educación, salud, protección social,..) de muy baja calidad. En realidad, como es bien conocido, la expresión anterior oculta el hecho de que la práctica totalidad de la sociedad paga, como mínimo, los impuestos indirectos al materializar gastos de consumo.

c) Los políticos y decisores públicos deben ser continuamente sometidos al escrutinio y al control público, para garantizar su eficacia, responder de sus acciones y asegurar que realizan su trabajo con competencia. La transparencia es, una vez más hay que recordarlo, un elemento crucial del funcionamiento del sector público. Como se ha dicho, la transparencia es equivalente en la gestión de las actividades públicas a lo que los precios, como instrumento de control de eficacia y eficiencia, implican en los mercados.

d) Los representantes políticos, junto con los representantes de la economía privada y los de la sociedad civil, deben consensuar y actualizar permanente los que se han llamado en un documento reciente (ICSAL: Iniciativa para la cohesión social en América Latina) Pactos de Ciudadanía que incluyan articuladamente las propuestas mencionadas y otras muchas con el objetivo de mejorar el bienestar de todos los ciudadanos.

e) La defensa de una auténtica educación de ciudadanos implica la continua explicación de lo que hace el Estado, de cómo gestiona los recursos y suministra los servicios públicos, así como de la razón de ser de los tributos y la necesidad de combatir el fraude, la corrupción o el incumplimiento fiscal, entre otros motivos, por lo que suponen de redistribución forzosa de las obligaciones en perjuicio de los cumplidores y ciudadanos honestos.

Por último, ya que la gestión pública fue el motivo que dio nacimiento a esta aventura del Máster en Gestión Pública, organizado por la Universidad Continental y la Fundación Ortega y Gasset, déjenme acabar con una mención a nuestra tarea como trabajadores al servicio del Estado y de los ciudadanos, tomando prestada una magnífica definición del servidor público, que recoge la Exposición de Motivos del Decreto que creaba el cuerpo de Abogados del Estado en España hace más de cien años: Dicho Real Decreto, de 10 de marzo de 1881, advierte de la “importancia de funcionarios que, con especiales conocimientos, penetrados de la alteza de su misión, responsables y al mismo tiempo con la independencia precisa por ejercer con imparcialidad una fiscalización científica, sean celosos y constantes defensores de la Ley, garantía de los intereses sociales y amparo de los derechos de los particulares; eviten que a título de interpretación se incurra en arbitrario casuismo, o a pretexto de equidad se llegue a una desigualdad irritante; procuren que los derechos de la Hacienda no se lesionen por ignorancia de la Ley ni se desconozcan los de los administrados, e infiltren, en fin, en el organismo de la Hacienda un sentido jurídico y un elevado espíritu de rectitud y de justicia, que le hagan merecer el prestigio, la consideración y el respeto de todos.”

A pesar del tiempo transcurrido, esas palabras tienen a mi juicio absoluta actualidad y valor, también para nuestro máster, como expresión de los principios y valores que deben presidir la acción de los servidores públicos peruanos.
 

(*) Dr. en Derecho y Economía. Fue Director del Instituto de Estudios Fiscales del MInisterio de Hacienda de España. Doctor Honoris Causa por la Universidad Continental y profesor de su Escuela de Postgrado.

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