Le llaman “Pitbull”. Wilder Cáceres Choquecunsa es un abogado que asume las causas de sus patrocinados inspirado por la justicia, y se prende al cuello de autoridades o personas si le faltan el respeto a sus patrocinados, sobre todo si son mujeres, amas de casa o convivientes que por esa condición de vulnerabilidad muchas veces son víctimas de maltrato y violencia. “Se hizo un hombre de leyes ante tanto desamparo”, cuenta.

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Trabaja en la dirección distrital de Defensa Pública de acceso a la Justicia, en Huepetuhe (Huella de Tigre), uno de los cuatro distritos que tiene la provincia de Manu, en Madre de Dios. Allí, tiene a su cargo casos de personas que no cuentan con recursos económicos, especialmente de amas de casa o cocineras que trabajan en el monte.

“La mayoría son convivientes, tienen problemas de violencia familiar, maltrato y también de pensión de alimentos. Aunque este problema está asignado al defensor de familia y no es de mi competencia, atiendo estas causas por vocación humanitaria, porque los casos los podría enviar a Puerto Maldonado”, cuenta.

Antes de llegar a las cálidas tierras de Huepetuhe, Wilder cumplía funciones en el área de mesa de partes de la oficina descentralizada del Ministerio de Justicia (Minjus) en Sicuani. Allí recibía documentación, escritos y solicitudes de la población. Una experiencia que lo motivó a dar el salto de personal administrativo a defensor público.

“Observé la necesidad de la gente pobre por contar con un abogado que la defendiera. Sentía que era una especie de intermediario entre ella y la oficina. Por eso decidí estudiar derecho y presentarme a una plaza de defensor público en Madre de Dios. Allí empezó otra historia”.

De 7 de la mañana a 7 de la noche, atiende por lo menos a 10 personas diariamente. Pueden ser menos, dice, todo depende del tipo de diligencias que tiene que hacer por cada expediente.

A veces participa en audiencias, comisarías, impulsa procesos, sale a la fiscalía o realiza trámites en otros distritos.

Servir y amar

Cáceres se preparó en una universidad de Bolivia para ser médico, pero problemas familiares lo obligaron a abandonar tres años de estudio para retornar a Cusco. No regresó más a ese país. Una debacle económica familiar selló su destino, y a los 25 años no tuvo más opción que encargarse de su vida para continuar con sus anhelos.

Desde entonces asumió todos los oficios que pudo, y hoy es más que un sobreviviente. A sus 38 años, abogado de los pobres, inspirado siempre por sus afanes de servicio que heredó de su padre, que fue agente de la Policía Nacional, trabaja con satisfacción en el Estado a pesar de todo.

“Me gusta que la gente confíe en mí, en mi trabajo. Me satisface sentir que colaboro, aunque sea con un granito de arena a que todo vaya de acuerdo a ley, sea derecho. Por eso siempre me la juego por la parte agraviada”, comenta, y un silencio se agazapa entre las palabras. Confiesa que extraña a sus hijas.

Mientras tanto, cada domingo a las 5 de la tarde, Wilder toma el bus que lo lleva a Mazuco, un distrito de Madre de Dios. Allí un taxi lo traslada a orillas del río Inambari, en donde coge una canoa que lo llevará a la orilla del frente. A las cuatro de la mañana llega a Huepetuhe, “huella del tigre”. La que este abogado deja en nuestro corazón.

Hoja de vida

Nací en Huaraz, y a los 8 años viajé a Puno con mi familia. Mis padres tuvieron cuatro hijos, y el tercero soy yo.

Me formé como abogado en la Universidad Andina del Cusco. Concluí el 2008.

Desde julio de 2014 trabajo como defensor público.

“En Huepetuhe, Madre de Dios, hay desarraigo, vida promiscua, muchos trabajan de manera ilegal.”

Escribe: Susana Mendoza Sheen

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